viernes, mayo 16, 2008

Cuentos infantiles: La cucaracha errante


Érase que se era, en un país no muy lejano, una cucaracha común que vivía en una lata de sardinas.

Puesto que estaban todos muy apretados y las sardinas no paraban de quejarse, la cucaracha decidió buscarse una nueva casa, más espaciosa y que no oliese tanto a escabeche.

Las sardinas respiraron más tranquilas (aunque tampoco mucho) cuando la cucaracha abandonó la lata en busca de nuevos horizontes, solo necesitaba un sitio donde poder vivir a gusto.

Tras mucho caminar, se encontró ante una enorme boñiga de burro, la cual le pareció muy confortable desde fuera, por lo que decidió tomarla como su nuevo hogar.

¡Mala decisión! Pensó una vez comprobó el terrible olor que reinaba en el interior, además de que sus patitas se hundían en aquella viscosa materia maloliente. La cucaracha salió como pudo de allí buscando donde limpiarse.

Por suerte o por desgracia una corriente de agua pasaba por allí, con lo que parecía fácil librarse de aquella pestilencia. La cucaracha acercó sus patitas al agua y ¡zas! La fuerza de la corriente la arrastró sin remedio...

Gracias a unos reflejos increíbles, la cucaracha consiguió agarrarse a un palito de madera que flotaba, por lo que navegando sobre él llegó a un río, y de ahí al mar, donde los peces empezaron a mirarle con dudoso interés.

Gracias a su aspecto repugnante, pudo aguantar sin que le devorasen durante unos doce segundos, justo hasta que llegó un viejo tiburón blanco y se la tragó sin contemplaciones.

La cucaracha se encontró de repente en la tripa de aquel escualo y comenzó a correr de acá para allá, sin rumbo alguno, haciendo muchas cosquillas en la panza del tiburón que no podía parar de reír, el tío tonto.

Tanto reía y reía el escualo, que terminó por tragar más agua de la que podía respirar, y se ahogó. Las olas arrastraron su cadáver hasta la orilla y allí, tras un corto periodo de descomposición ayudado por gaviotas y cangrejos que devoraron la piel y carne del desdichado tiburón, la cucaracha pudo ver de nuevo la luz del sol (aunque esto no le haga mucha gracia a las cucarachas).

Ya de nuevo en tierra firme, la cucaracha necesitaba encontrar un hogar, por lo que se puso manos a la obra de nuevo buscando sin parar hasta que llegó a un enorme almacén lleno de latas de tomate frito.

Las latas de tomate frito tenían un aspecto acogedor, y le podrían proporcionar alimento durante una buena temporada, así que ni corta ni perezosa, se las apañó para introducirse dentro de una de las latas y establecer allí su nueva casa.

Cuando llevaba apenas unas horas viviendo en su nueva casa-lata, notó un ligero movimiento, que luego se hizo más pronunciado e hizo que se formasen olas en la superficie de aquella salsa rojiza... ¡Algo raro estaba pasando! Todo su alrededor se movía...

La explicación era sencilla, alguien había agarrado la lata y la llevaba a su casa para aderezar su comida.

El hombre ya había hervido unos espaguetis “al dente”, había puesto la mesa y se preparaba para degustar sus deliciosa pasta con tomate. La cucaracha vió como una puntiaguda hoja atravesaba el techo de su casa, como penetraba y comenzaba a moverse rítmicamente abriendo un orificio siguiendo la circunferencia de la lata.

De pronto el techo se levantó por completo, dejando entrar la luz. El hombre se relamía pensando en el rico plato de pasta que estaba a punto de tomar. El suelo del envase comenzó a inclinarse. La cucaracha trató de evitar ser arrastrada por la fuerza del tomate frito arrastrado a su vez por la fuerza de la gravedad, pero fue en vano.

La superficie interior de la lata era muy resbaladiza, la cucaracha se precipitó al vacío hasta aterrizar sobre el mullido manto de pasta hervida, envuelta en salsa de tomate y totalmente desorientada. El hombre lanzó un grito mezcla de asco y horror, la cucaracha tragó un poco de tomate. Los espaguetis volaron tras el golpe del hombre al plato y la cucaracha se vio volando contra una pared, pegada a un manojo de fideos que le impedía moverse.

Desde la pared veía como el hombre se acercaba con intenciones nada amables. Ella no podía moverse, tenía las patas bloqueadas por el espagueti y la salsa pegados a la pared. Solo se le ocurrió una cosa: comerse el fideo que atenazaba sus extremidades.

Pensó que la frase “comer para sobrevivir” nunca había tenido más sentido, pensó que su vida dependía de su mandíbula, y pensó bien. Comenzó a comer frenéticamente, a devorar literalmente la pasta que le inmovilizaba, así un fideo tras otro, uno tras otro, tan deprisa comió y con tanto afán, que no distinguió sus propias patas y se las comió, bueno solo se comió las dos de atrás...

Desde entonces nunca volvió a caminar bien...

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