En forma de relámpagos desató su ira sobre los mortales. Océanos llovieron e inundaron la tierra sin tener compasión de la más inocente criatura. Vientos helados de inmensa fuerza arrastraron bosques y junglas a su paso aniquilando todo vestigio de vida. Durante veinte días y veinte noches el mundo fue azotado incesantemente. Y al final de todo, cuando ya nadie caminaba sobre la tierra, ninguna planta buscaba el sol y ningún animal hollaba la hierba de la otrora pradera, el iracundo dios olvidó cual había sido la causa de su enfado.
Fotografía: Mariano Ibáñez
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