lunes, agosto 25, 2008

La Leyenda de Arual III - El Paladín de Sator


Otros dos geckomes se mantenían aún de pie sobre el carromato. Ya habían caído cinco de ellos bajo el mazo sagrado, pero el miedo no tenía lugar en el corazón de aquellos sanguinarios seres que habían asaltado por sorpresa la caravana. Esos dos eran sin duda los más duros y crueles, ya habían dado buena cuenta del conductor y sus dos guardianes, y se disponían a penetrar en el interior del carruaje. Nemuéh no podía permitir tal cosa, sus votos como paladín del dios Sator le obligaban a proteger a cualquier hombre santo, y mucho más al líder absoluto de los monjes de su orden, el clérigo Naison el Justo, quién viajaba en el interior de la carroza.

Nemuéh respiró hondo, sabía que en los siguientes instantes cada movimiento que llevase a cabo sería crucial y decisivo para la supervivencia del líder espiritual de su iglesia, y para la suya propia. Debía calcular cada paso, cada giro, cada golpe y cada gesto, y tras haber combatido como lo había hecho, poniendo en ello toda su fe y energía, no estaba completamente seguro de poder conseguirlo a estas alturas de la refriega.

Nemuéh apretó los dientes, sujetó con fuerza el mazo sagrado, arma ceremonial solo concedida a los más dignos de la orden, y saltó apoyando un pie en la rueda trasera del vehículo, detenido desde el comienzo del asalto al haber sido decapitados ambos corceles bajo las afiladas hachas geckome. El salto del paladín hizo tambalearse al carruaje, haciendo que ambos asaltantes quedasen inmóviles durante el lapso de tiempo necesario para mantener el equilibrio y a la vez permitir que el mazo del paladín alcanzase con fuerza al primero de ellos a la altura del pecho, hundiendo la gruesa armadura y lanzando al desdichado geckome varios metros desde el techo del transporte hasta el duro suelo del camino empedrado que conectaba las aldeas circundantes con la capital Satórnida.

El segundo geckome no tardó en reaccionar, abandonando su inicial intención de asaltar el carromato, centró su atención en su némesis -“objetivo cumplido”- pensó el paladín, y se dispuso a recibir el embate de la enfurecida criatura de piel cetrina y ojos rojos.

El choque fue brutal, esquirlas y chispas saltaban a la par, dos colosos sobre una escena dantesca se empleaban en cuerpo y alma a tratar de destrozarse mutuamente. Las piezas de armadura se desprendían de uno y otro lado bajo los golpes contundentes y los giros vertiginosos.
Los dioses se taparon los ojos...

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