martes, agosto 26, 2008

La Leyenda de Arual IV - Naison el Justo


Dentro del carruaje el sumo sacerdote y su acompañante vivían la enorme angustia de no saber qué estaba sucediendo realmente en el exterior. Los golpes, gruñidos y entrechocar de armas invadían el aire, que se había convertido en una pesada masa en la que respirar se hacía cada vez más difícil por el cúmulo de calor, polvo y tensión que invadía cada rincón de aquel armazón de madera. Naison era un hombre prudente, sabía que salir del carromato en aquella situación le conduciría a una muerte casi segura, pero por contra, permanecer allí a sabiendas de que podría disponer de un tiempo decisivo para alejarse del peligro durante la refriega le llevó a tomar una decisión que de otra forma nunca habría aceptado: salir y buscar un refugio seguro lejos del camino.

Naison el Justo hizo una señal a su acompañante, un joven aprendiz que portaba el atuendo ceremonial que mostraba su condición, indicándole que se situase detrás de él antes de disponerse a abrir la portezuela de su carroza. Se ajustó el cinto y palpó la daga ceremonial que portaba como adorno, pero que era tan funcional como cualquier hoja bien afilada, y templada en la capital del reino por los mejores forjadores de espadas del continente. Miró al cielo en busca de ayuda, pero los dioses seguían sin querer mirarle.

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