martes, septiembre 23, 2008

Paisaje con tren


Esta mañana salimos temprano, como siempre, antes de que el sol apenas despuntase tras las peñas del barranco. Hacía frío, pero a paso alegre fuimos cruzando el valle y la vega del río mientras los cantos mañaneros de cientos de pajarillos nos hacían ir entrando en la armonía de otra intensa jornada. Cuando llegamos al prado, el sol estaba ya muy alto y bañaba con espléndida generosidad todo lo que alcanzaba la vista. El tomillo y el romero agradecían el calor inundando con su aroma el aire, la encina y el enebro agitaban sus hojas en la brisa aromatizada dejándose acariciar y ofreciendo su lado más tierno. Se acercaba el momento esperado, la hora estaba por llegar, y ya estábamos todas atentas a oír el anuncio de su llegada. Hoy venía con prisa. Su estela serpenteante entre las colinas del fondo del valle brillaba a lo lejos con metalizado orgullo. Por fin, ahí estaba, el portador de sueños, el viajero incansable, el hacedor de ilusiones: el tren, el ferrocarril que nos hacía soñar e imaginar como serían las ciudades y los paisajes de allende las montañas, como vivirían las criaturas en esos lejanos lugares, y como serían los pastos en tan maravillosas tierras. Es lo que tiene ser una oveja, que no podemos dejar de pensar en los pastos.

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