Un buen día, el rey mandó llamar al más afamado arquitecto del país para llevar a cabo una obra que acallara los rumores de que la pobreza atenazaba la región.
La Corte puso a disposición del maestro constructor todos los hombres, caballos de tiro y materiales que pudieron comprarse con las maltrechas arcas del reino.
Los hombres eran pocos, los caballos viejos y los materiales escasos.
El rey ordenó construir una catedral majestuosa y barroca que había de estar finalizada a principios de invierno. El maestro miró a su alrededor y volviéndose hacia el monarca, espetó:
"Con estos recursos que ahora ponéis a mi cargo, majestad, y en el tiempo que marcáis, podéis hacer dos cosas, y ninguna de ellas es una catedral."
De las dos cosas, una es hacerme pensar qué dos cosas, la otra hacerme pensar que se me ocurren más de dos cosas.
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