lunes, febrero 13, 2012

Los favores del bosque


El olor de aquella estancia era el de la muerte que ronda al enfermo. Olía a almizcle y a carbón, olía a frío. El fuego del hogar no mitigaba aquella sensación de extremo helor. La familia trataba de aplacar la fiebre con paños mojados en infusión de salvia caliente. Todo en vano. Aquella enfermedad no era la común, era la enfermedad de la nieve y el hielo, era el castigo de un invierno feroz. Decidí pedir ayuda al bosque.

Corteza dormitaba en un sueño de árboles milenarios. Las criaturas del bosque tenían por costumbre retirarse ante la nieve y guardar sus energías para la llegada del calor. Los árboles también lo hacían. Me costó despertarle, su voz era pastosa como la resina, como el susurro de un viento joven y con el aroma de mil raíces atrapadas en la tierra más profunda. Corteza escuchó mi relato y percibió mi llanto. Roncó y murmuró dos palabras, y volvió a dormirse. Hierba blanca, dijo.

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