miércoles, marzo 28, 2012

Last Night


La única salida de aquella pesadilla era encontrar gasolina para la vieja camioneta aparcada en el centro del pueblo. La noche se acercaba y esas infernales criaturas estaban por doquier. El sheriff Anderson rebuscaba entre sus cosas, asegurándose de que su revólver seguía en su cinto. Becky, la enfermera, se encontraba recogiendo víveres en la despensa del hospital cuando se percató de unos ruidos que provenían de la morgue. Pensó que tendría tiempo de recoger algo más antes de salir; se equivocó.

El padre Joseph se hizo con una antorcha y recogió un viejo revólver que no sabía utilizar, se lanzó a la calle corriendo como en sus tiempos de instituto. Jake el indigente le vió pasar a toda carrera, "¿Dónde irá ese cura tan deprisa?" -pensó- acababa de llegar al pueblo y ya se había cruzado con algún caminante antes...había vivido la pesadilla en primera persona.

El número de zombis se hacía cada vez mayor, algunos de ellos atravesaban la plaza a gran velocidad buscando algo que devorar. El sheriff abatió a varios de ellos mientras corría a reunirse con el párroco en el colegio. Los zombis también iban en esa dirección.

Acorralados en el gimnasio, Anderson, Joseph y Jake se encontraron en un momento de duda. El miedo, la tensión y el dilema moral que todo aquello les hacía plantearse, hizo que saltasen chispas. Los gritos atrajeron a más zombis.

Tenían la gasolina del generador del colegio y tenían las llaves del coche, pero la plaza estaba literalmente plagada de caminantes con las tripas colgando...se necesitaba una solución de emergencia. Anderson y Jake trazaron un plan a la desesperada: Lanzarían la gasolina enmedio de los zombis y dispararían al bidón. La explosión se llevaría por delante a unos cuantos de aquellos engendros, y tendrían tiempo para llegar hasta la estación de servicio y conseguir más combustible. Al menos esa era la idea.

El padre Joseph se persignó y comenzó a lanzar maldiciones e improperios contra lo que antes fueron vivos, eso atrajo su atención y permitió al sheriff poder salir del edificio y lanzar la gasolina al grupo de zombis. Un disparo certero y aquellos monstruos arderían en el infierno del que nunca debieron salir. Anderson apuntó con cuidado, pero la oscuridad y los nervios le jugaron la peor pasada de su vida: falló.

Jake lo vió todo perdido, los esfuerzos del cura habían atraído a más zombis hacia el gimnasio, y aquello no podía acabar bien. Miró al encolerizado emisario de Dios y observó cómo asomaba la culata de un viejo revólver del bolsillo de su chaqueta. No lo pensó, agarrando la pistola salió corriendo en dirección al agente que seguía lamentándose de su mala suerte, al llegar a su altura apuntó y disparó justo cuando los primeros zombis comenzaban a entrar en el gimnasio.

La explosión de la gasolina redujo a cenizas a la mayoría de los amenazantes cadáveres, muchos ardían mientras caminaban y dejaban caer trozos de carne podridos y chamuscados a su torpe paso. Por un momento el infierno se materializó en la Tierra y dió paso a la luz de la esperanza. Mientras ambos corrían hacia la gasolinera oyeron los últimos estertores del párroco, un sacrificio voluntario del que quizás en aquel momento, fuese el único hombre bueno sobre la faz del mundo.

Quedaban pocos, pero parecía que el fuego les hubiese encolerizado. Anderson encontró una lata de gasolina llena tras el mostrador de la estación de servicio, miró a Jake e hizo un gesto apuntando con la barbilla a la camioneta...solo les quedaban unos minutos antes de que la oscuridad acabara con cualquier esperanza de seguir vivos.

La carrera hasta el vehículo incluyó el tener que abatir a muchos de ellos, pero otros rodeaban la camioneta y se agolpaban a su alrededor. Jake perdió el arma, el sheriff, malherido, usó su último aliento para tratar de taponar una herida...tal vez nunca saldría de allí...tal vez su sino fuese convertirse en uno de aquellos monstruos.

Anderson hizo un esfuerzo, empuñando su fiel revólver se lanzó sobre el cajón de la camioneta disparando y golpeando a aquellos muertos a diestro y siniestro. Mientras tanto Jake, gasolina en mano, intentaba llenar el depósito atropelladamente, deshaciéndose a patadas y manotazos de los zombis que trataban de atraparle.

Cuando Anderson vió a Becky delante de él quedó paralizado. Becky, aquella dulce enfermera, la chica a la que saludaba cada mañana al comenzar la ronda, su Becky. Ahora era un engendro del infierno, una caricatura maléfica, un despojo revivido y hambriento de vísceras. Aunque Anderson sabía en el fondo que, tarde o temprano, aquella enfermera le arrancaría el corazón...

lunes, marzo 26, 2012

Equipaje


Metió en su vieja maleta unos zapatos de cuero
con las suelas sin usar por si le tocaba el cielo.

Metió también unas gafas, unos guantes y un sombrero,
por si en el caso contrario, le tocaba ir al infierno.

Por si las reencarnaciones, metió un nido y cuatro huesos,
por si tocaba ser ave o si volvía como perro.

Estando en tal menester, su mujer entraba al cuarto.
"¿Qué preparas José Antonio? que te veo atareado.

Nada, mujer, la maleta. Cuatro cosas que he pillado,
por si viene la pelona, que me coja preparado.

jueves, marzo 22, 2012

Maltufo

Un maltufo no entiende de horarios ni de precios, no mira antes de cruzar ni respira el mismo aire que el resto de los mortales. Un maltufo escupe al viento y no se moja, tira la piedra sin esconder la mano y estornuda para adentro, sin hacer ningún ruido. Un maltufo es oscuro y claro, inteligente y absurdo, veloz y lento. No podía ser de otro modo, se inventó a sí mismo.

sábado, marzo 03, 2012

EFEQUIS


Varios platillos volantes disparaban sus rayos desintegradores contra los tanques del ejército. El público se estremecía con cada estruendo y algunos rostros se ocultaban tras pálidas manos. Solo Mario y Carlos reían, una carcajada sonora inundaba la aterrada sala con la aparición de cada monstruo alienígena o con cada estrambótico artilugio.

Finalmente, el acomodador linterna en mano se acercó a ellos, y tras la pertinente llamada de atención, sus risas de tornaron en espontáneos bufidos o carraspeos nasales de contención. Lo que aterraba y sorprendía a tantos, a ellos les hacía reír.

Tras la proyección, Carlos llamó a un taxi, un veterano Mercedes a punto de jubilarse les recogió y les dejó junto a un descampado. Mario sacó entonces un teléfono móvil y marcó un número de doce dígitos. Estos no tienen ni puta idea- comentó a quien estuviese al otro lado de la línea- podéis pasar a recogernos…

Aquella noche algunos vieron extrañas luces en el cielo, pensaron que aquel estreno tenía una excelente promoción publicitaria.