Hoy me costó salir de la cama. Mi móvil ha fallado sin
motivo aparente, y la alarma no ha saltado...vaya mierda, al final el que ha
saltado he sido yo, pero de la cama, me he vestido en tres minutos y he salido
por la puerta sin peinar y echándome al bolso la última barrita de cereales
para desayunar por el camino...empezamos bien el día...
Me ha sorprendido al salir a la calle que todo estaba más tranquilo que de costumbre...ni un alma por las aceras, algunos comercios cerrados,...he vuelto a mirar mi reloj por si me había confundido de hora, pero no: eran las nueve y diez de la mañana, un martes, un día más...nada fuera de lo común ¿o sí?
Siguiendo mi rutina me he dirigido a la boca de metro habitual: cerrada. ¿¿¡Cerrada!?? ¿Pero qué coño pasa aquí hoy?...miro a mi alrededor, el único movimiento que percibo son algunos envoltorios y octavillas movidas por el viento...¡no circula ni un coche!...joder, joder....
Corro hacia la boca de metro más cercana,...está abierta, menos mal, hoy voy a llegar a las mil y seguro que hay un reunión sorpresa o viene algún cliente, siempre me pasa cuando llego tarde, siempre hay alguna circunstancia que enmarca y magnifica mi tardanza y la convierte en crucial, justo el único día que me retraso. Es de cajón.
Bajo las escaleras en dos zancadas, voy sacando la cartera mientras me acerco a los torniquetes de entrada para sacar el abono, ni me paro a mirar si hay o no gente en el andén, voy a piñón. Mal hecho. Cuando me encuentro a mitad de escalera me doy cuenta: no se oye nada. Miro al andén sin dejar de bajar la escalera ¡Mierda! ¿Pero que cojones ese eso?
Treinta o cuarenta personas deambulan erráticamente por el andén, con la mirada perdida y los rostros desencajados. Algunos levantan la vista hacia mí, no sé si me han visto, o me han olido, o no sé; no sé cómo funcionan sus cerebros, si se guían por sonidos o por instinto, o por inercia. Se desplazan a velocidad súper lenta, como si les costara moverse, suben las escaleras como si fuese un mundo elevar sus fláccidos culos, desprenden un hedor insoportable y arramblan con todo a su paso, no responden a estímulos, más que al del pitido del metro y el de las puertas al abrirse o cerrarse, no se comunican, no sonríen,... ¡son zombis!...Los zombis del metro.
Pues esto todas las mañanas...
Me ha sorprendido al salir a la calle que todo estaba más tranquilo que de costumbre...ni un alma por las aceras, algunos comercios cerrados,...he vuelto a mirar mi reloj por si me había confundido de hora, pero no: eran las nueve y diez de la mañana, un martes, un día más...nada fuera de lo común ¿o sí?
Siguiendo mi rutina me he dirigido a la boca de metro habitual: cerrada. ¿¿¡Cerrada!?? ¿Pero qué coño pasa aquí hoy?...miro a mi alrededor, el único movimiento que percibo son algunos envoltorios y octavillas movidas por el viento...¡no circula ni un coche!...joder, joder....
Corro hacia la boca de metro más cercana,...está abierta, menos mal, hoy voy a llegar a las mil y seguro que hay un reunión sorpresa o viene algún cliente, siempre me pasa cuando llego tarde, siempre hay alguna circunstancia que enmarca y magnifica mi tardanza y la convierte en crucial, justo el único día que me retraso. Es de cajón.
Bajo las escaleras en dos zancadas, voy sacando la cartera mientras me acerco a los torniquetes de entrada para sacar el abono, ni me paro a mirar si hay o no gente en el andén, voy a piñón. Mal hecho. Cuando me encuentro a mitad de escalera me doy cuenta: no se oye nada. Miro al andén sin dejar de bajar la escalera ¡Mierda! ¿Pero que cojones ese eso?
Treinta o cuarenta personas deambulan erráticamente por el andén, con la mirada perdida y los rostros desencajados. Algunos levantan la vista hacia mí, no sé si me han visto, o me han olido, o no sé; no sé cómo funcionan sus cerebros, si se guían por sonidos o por instinto, o por inercia. Se desplazan a velocidad súper lenta, como si les costara moverse, suben las escaleras como si fuese un mundo elevar sus fláccidos culos, desprenden un hedor insoportable y arramblan con todo a su paso, no responden a estímulos, más que al del pitido del metro y el de las puertas al abrirse o cerrarse, no se comunican, no sonríen,... ¡son zombis!...Los zombis del metro.
Pues esto todas las mañanas...
Tras un tiempo sin pasar me encuentro con que los micros son más largos y también el desencanto de la sociedad. Lo que no cambia es la imaginación ni las ganas de sacudir hombros para activar las ganas de romper.
ResponderEliminarSalut