Miraba y no lo entendía. Horas antes había montado en su carro volador y había esparcido la niebla por los cielos de forma homogénea y malintencionada, sin piedad ni misericordia por aquellos que dependían de la luz para vivir. Siguió las intrucciones al pie de la letra, como llevaba haciendo siglos, incluso tal vez con más pulcritud que otras veces, y por eso no lo entendía. La niebla había ignorado las leyes y se había revelado contra los designios de su dueño, las nubes ya no seguían el rumbo marcado, y el frío y la lluvia se negaban a comparecer; las fuerzas de la naturaleza tomaron conciencia y decidieron no seguir mostrando su peor cara a los mortales. No quedó más remedio que llamar al Sol para disolver la protesta.
Foto: Zahira Tomasi
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