viernes, agosto 21, 2015

Supervivencia

Después de dos días y dos noches nadando llegué a la isla. Las fuerzas solo me dieron para alcanzar el límite del bosque y tumbarme bajo una palmera seca. No sé cuanto tiempo pasó, pero al volver en mí lo primero en lo que pensé fué en comida. En el barco habíamos disfrutado de exquisitos manjares, y por suerte la noche del naufragio había llenado bien mis reservas de alimento a base de chuletas de cordero y embutidos variados. Pero hacía ya dos días de eso, ahora necesitaba urgentemente alimento. Rápidamente traté de recordar todo lo que había aprendido en los documentales de Discovery y en los videojuegos de supervivencia: hacerme una lanza y pescar, agitar una palmera y hacer caer un coco que luego partiría con una piedra golpe a golpe, buscar moluscos o insectos que son una extraordinaria fuente de proteínas...Tenía muchas opciones donde elegir, aunque para fabricarme una herramienta básica me iba a venir bien una navaja, un cortauñas o unas llaves incluso...pero nada, en el bolsillo de mis pantalones solo había un par de monedas y un billete deshecho por el agua,...nada útil en mi situación. Finalmente me decidí por intentar la técnica del coco, me acerqué a las palmeras mirando hacia sus copas en busca del preciado fruto. De repente tropecé con algo, más bien con alguien.
El tipo no pareció sorprendido, su tez morena y su pelo oscuro denotaban que estaba más que acostumbrado a estar bajo el sol, seguramente era autóctono de aquellas latitudes. Me miró de arriba a abajo, y señalando con la barbilla hacia un contenedor de plástico que portaba en su mano derecha me preguntó con acento caribeño: - ¿Quiere un "helao"?
Le pillé dos almendrados y un colajet.

No hay comentarios:

Publicar un comentario