jueves, enero 07, 2016

Nueve horas de sueños

A la una soñé que me moría y bajaba a los infiernos, allí una muchedumbre se reía de mí mientras me arrojaban deshechos y podredumbre, desperté en un charco de sudor.
A las dos soñé que nadaba en un lago de cristalinas aguas rodeado de delfines y unicornios dorados, de pronto el agua desapareció y quedé flotando en el vacío. Desperté y miré la hora.
A las tres soñé que ella me abrazaba, que volvía a sonreír y yo con ella. Al abrazarnos se detuvo el tiempo y ya no existía nada más. Desperté sin ganas de despertar.
A las cuatro soñé que una enorme rueda aplastaba la ciudad y de sus ruinas un ejército de grillos y culebras inundaba los escombros como una marea. Sonaba la cabalgata de las valkirias y me desperté moviendo ritmicamente un pie.
A las cinco soñé que me levantaba y me vestía, desayunaba una tostada con foie-gras y me iba al trabajo. Me desperté, fuí a la nevera y, efectivamente, no tenía foie-gras.
A las seis quise soñar algo, pero no pude dormir, un miedo atroz me apretó la garganta y me llenó de incertidumbre: algún día moriré de verdad.
A las siete soñé que me deslizaba por un tobogán sin final en el que cada vez alcanzaba mayor velocidad, más y más rápido, más y más, el pelo se me desprendía de la piel, y los ojos se hundían en mis cuencas hasta doler, mis órganos se apretaban contra las costillas y estas crujían como las maderas de un viejo galeón. Me desperté justo antes de estallar.
A las ocho me levanté a orinar, pero no podía, no sabía si soñaba o no, pero el esfuerzo fue en vano. Volví a la cama y cuando desperté estaba en el baño, salí y me senté frente a mi puesto de trabajo.
Son las nueve y aún no he abierto el correo.

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