martes, enero 19, 2016

Tres campanadas



La niebla se afanaba en devorar la oscuridad de la noche con su gélida presencia. Al final de la tapia del cementerio, tres sombras ataviadas con capas y sombreros raídos permanecían impávidas y erguidas con innatural prestancia junto a la carretera. A lo lejos comenzaron a sonar las campanas de la abadía, y una nube de cuervos cruzó el camino de tierra casi a ras de suelo levantando una momentánea y desproporcionada polvareda que hizo estremecerse a los cercanos cipreses.
El conductor del carruaje aflojó la marcha al llegar a la altura del grupo de embozados temiendo que pudiesen ser bandidos o, todo lo contrario, guardas de la campiña que solían patrullar la zona para asegurar las rutas de comercio. Al pasar junto a ellos, los pasajeros fijaron su atención en los misteriosos personajes. Su ropa era basta y estaba desgastada, incluso algunos jirones colgaban de sus capas y numerosos agujeros poblaban sus tocados. Sus rostros eran pálidos y lampiños, con surcos que denotaban una edad indeterminada pero sin duda avanzada, envueltos por un halo mezcla de quietud y perturbación procedente de la suma de sus peculiares miradas. De repente, el coche se detuvo en seco en el mismo instante en que los tres desconocidos quedaban a la altura de las ventanillas.
El más atrevido de los pasajeros se asomó a una de las ventanas y se dirigió a los desconocidos en un tono de evidente desafío.
Fue el más alto de los tres quién en un tono pausado y lúgubre susurró: Tranquilos, no les va a pasar nada, somos Edgar, Allan y Poe, y les damos cordialmente la bienvenida a nuestro particular mundo…

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