Salí a la terraza porque me llamó la Luna. Hay veces que me
llama porque se aburre y no sabe qué hacer, entonces subo a hacerle compañía
hasta que se duerme y me deja volver a mi cama. Otras veces me llama porque
tiene cosas que contarme, y me habla de sus intrigas con el Sol y los astros, o de la atracción que el mar siente por ella y que provoca mareas
que intrigan a propios y extraños. Las menos, me llama para pedirme consejo,
aunque sea la Luna, tiene sus dudas e indecisiones, no va de estrella. Aquel
día me llamó y se quedó callada, contemplándome sin querer que nuestras miradas
se cruzasen, haciendo ruiditos y susurrando estribillos de canciones antiguas muy bajito, pero no me
dijo nada, ni aun preguntándole. Al cabo de un rato dio media vuelta y se fue. Desde
entonces no me ha vuelto a llamar. Se lo perdono porque es la Luna, pero quiero que sepa que ahora se me hacen las noches más largas.
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