El país llevaba dos meses sin gobierno. El proceso de
presentación de candidaturas, reuniones, pactos e intentos de investidura se
había estado alargando en demasía, y a esas alturas se pronosticaba que habría
que convocar nuevas elecciones en breve. A las cinco de la tarde comenzaron a verse
las primeras naves. En menos de dos horas, los alienígenas habían tomado las
principales ciudades y exigían hablar con el Presidente. Mariano Rajoy, como Presidente en funciones, no
estaba dispuesto asumir una responsabilidad que oficialmente no le correspondía
(en realidad tenía bastante miedo de enfrentarse a una entrevista con un líder
interplanetario, y más con su limitada capacidad para los idiomas). Los
aspirantes Sánchez y Rivera no dieron señales de vida, habían desaparecido del mapa
en cuestión de minutos. Iglesias y Garzón montaron una asamblea y comenzaron a organizar
la resistencia pacífica anti-invasores, con lo que tampoco podían hacer de
parlamentarios frente a los visitantes del espacio exterior. El rey de España fue
sometido inmediatamente al protocolo de actuación de emergencia frente a
contingencias de origen paranormal/extraterrestre, con lo que se encontraba a
resguardo junto a su familia y a los reyes putativos en un secreto bunker en
algún punto de la geografía española (o no). Los emisarios del espacio tardaron
tres días en poder encontrar y reunir a los seis líderes esparcidos por el país.
En la sala principal de la nave madre, los políticos se miraban unos a otros
extrañados, al tiempo que seguían culpándose recíprocamente de la situación y
echándose en cara hechos del pasado remotamente relacionados con la experiencia
que estaban viviendo. Al cabo de unos minutos hizo acto de presencia el
Comandante Vulcanus, líder emérito de las hordas Ultragalácticas y Presidente
Supremo de la Coalición de Planetas Belicosos. Se hizo el silencio. El
imponente líder activó una especie de micrófono que permitía traducir
automáticamente el idioma alienígena al castellano. Miró fijamente a cada uno de los cinco
presidentes, y finalmente al rey, y con esa voz robótica provocada por el ingenio electrónico que le permitía entenderse con la humanidad, mientras ladeaba ligeramente la cabeza, exclamó en tono conciliador: “Apañarse, hombre, apañarse…”
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