martes, abril 19, 2016

Jamás

En la quietud de la noche el oleaje parece rugir más fuerte, y se convierte en lo único que llena el vacío de la oscuridad. Caminábamos entre las rocas buscando un lugar donde sentarnos a fumar aquel cigarrillo robado. No teníamos más de once años y por entonces pensábamos que estábamos en la cima del mundo, que lo sabíamos todo sobre la vida, el amor y los trompos.
Ana sacó temblorosa una pequeña caja de cerillas de esas marrones cubiertas de cera, de las de cabeza blanca que siempre se doblaban y que usábamos en casa del abuelo para hacer bombas de peste, que olían básicamente a papel quemado, y que solo podían dar lugar a algún incendio fortuito. Entre la oscuridad y las salpicaduras de espuma salada, Ana no atinaba a sacar llama, así que me dispuse a intentarlo yo, y sin mediar palabra intenté agarrar la cajita con tan mala suerte, que esta acabó cayendo entre las rocas y siendo tragada por el mar.
Ahora teníamos un Marlboro y nada con lo que encenderlo. Ana me miró desolada, casi a punto de llorar. Entonces tuve que actuar rápido, le cogí aquellas manitas temblorosas y mirándole a sus oscuros ojos a punto de romper en lágrimas le susurré fingiendo la máxima seguridad que podía proporcionarme mi corta edad: "Ana, esto es una señal, si hoy no hemos fumado, no fumaremos jamás ¿Vale?." Ana sonrió, se secó las lágrimas y, creo que por no desilusionarme o por no mandarme a freír espárragos, me cogió de la mano y salimos paseando de allí riéndo y saltando como los niños que éramos. Ana murió de cáncer de pulmón hace 3 días, yo jamás fumé.

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