Comenzar en un nuevo empleo siempre suena como algo
emocionante y lleno de esperanzas; un paso adelante en la vida con nuevas
perspectivas y visos de un futuro mejor. Todo hasta que descubres que te ha
tocado trabajar en un taller de ranas. No se trata de un sitio donde fabriquen
o empaqueten batracios, no. Un taller de ranas es una factoría donde los
empleados son ranas, ranas verdes, ranas rojas, ranas gordas y ranas flacas,
ranas de grandes bocas con lenguas que se disparan a largas distancias para
atrapar un insecto o, a veces, una pelusa mecida por la brisa (que luego
escupen estrepitosamente).
Las ranas no siempre son ruidosas, pero cuando una empieza
con su croar, contagia al resto que se une al cántico con frenesí y desenfreno
creando una orgía de ronquidos, chasquidos y chirridos que impiden concentrarte
en tu tarea adecuadamente. Cuando me quejé al director me dijo que me hiciese
con unos tapones para los oídos o unos auriculares, que no se podía hacer más
porque las ranas son mayoría y no se puede perjudicar a la mayoría.
Algunas ranas huelen mal porque vienen de lodazales o
albercas llenas de moho y limo, pero tampoco se les puede decir nada porque son
ranas y es su forma de ser. Puesto que son muchas y les gusta la jarana, cada
día celebran algo: un cumpleaños, un aniversario, una despedida, un santoral,…entonces
traen saltamontes y cucarachas para todas, y durante media hora dejan sus
tareas para deleitarse con tan preciados manjares. Aquí me tachan de asocial
por no compartir estos festejos, pero es que a mí el sabor a coleóptero me
puede.
Hay algunas ranas, e incluso algunos sapos, que protegen su
posición dentro del taller con uñas y dientes, y pese a que no son
especialmente duchos ni están especialmente preparados, son hábiles en tramar y
prestidigitar, y se las apañan para que la culpa de cualquier fallo o error recaiga
sobre las ranas menores, que acaban cargando con todo: trabajo, errores, culpas
y reprimendas.
Seguramente pensarán que debería renunciar y buscar otro
trabajo menos desagradable, y créanme que si no lo hago, es porque el otro
puesto disponible era en un bufete de ratas.
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