Me llamo Gregorio y soy sicario. Mi día a día se limita a esperar a que alguien quiera deshacerse de algún semejante y me contrate para dar matarile al interfecto, y así poder seguir viviendo yo un día más, o un mes. Suelo acabar con mis víctimas de modo que sufran lo menos posible, aunque a veces me contratan para que la muerte sea lenta y dolorosa, o con mensajito incluido, esas claro, tienen un precio más elevado porque requieren su cosa.
Tal vez lo único que me diferencie de otros sicarios es que
yo soy un asesino a sueldo local, vamos, que solo opero en Collejas del Arcipreste,
un pequeño pueblo extremeño donde no habitamos más de trescientas almas y claro, el
trabajo tampoco es que abunde. Resulta que como todos nos conocemos, pues más o
menos todo cristo se huele por donde vienen los tiros: que si el alcalde tiene
un lío con la hija del boticario, que si la carnicera le debe dinero al médico,
que si don Anacleto gusta de escaparse los viernes a la capital a echar una canita al aire. En fin,
que todos tenemos algo que ocultar aunque nuestros secretos sean tan públicos como el agua de los charcos.
Las rencillas y las envidias tampoco faltan (menos mal
porque si no de qué iba a vivir yo), y son muchos los que se cambian de acera
al verse. A mí personalmente me tratan bien, con una mezcla de miedo y respeto
que a veces hace que se me ericen los vellos de puro orgullo; deben pensarse
que por que me den los buenos días les voy a perdonar la vida el día que
alguien me encargue darles la puntilla, se nota que no me han visto trabajar. Lógico
por otra parte, nunca me ha visto nadie porque no me gusta dejar testigos; una
vez hace cinco o seis años, un barrendero me vio degollar al dueño del casino, y mira que
había tomado mis medidas como de costumbre, pero nada, el tío justo asomó por
la esquina cuando hundía mi navaja en el gaznate del estirado ese, con lo
que no me quedó otra que correr detrás del desgraciado testigo ocular y abrirle tres o cuatro ojos más de gratis a punta de toledana. Espero que no me pase más, por el bien de mis semejantes.
Luego hay gente que es de natural desconfiado, e intenta no
quedarse nunca a solas conmigo no por miedo al qué dirán, sino más bien por miedo a que puedan ser el encargo del día.
A Felipe el peluquero le pasa eso, y tiene sus ventajas, porque aunque haya
cola en la barbería, siempre me atiende a mí el primero no sea que no entre ningún cliente más y me quede de sobrero, y no te creas que los
demás se quejan, cualquier cosa por librarse cuanto antes de mi presencia…Para
mí son todo ventajas, la verdad.
En mi DNI pone como profesión “conductor”, que es lo que era
antes de dedicarme al homicidio subvencionado, pero la crisis hizo estragos en
la zona y no me quedó otra. Cuando me preguntan digo que conduzco a las almas
al purgatorio y por eso soy conductor; aunque me parece que el chiste solo me
hace gracia a mí, y tampoco es como para el Club de la Comedia.
El domingo pasado varios mozos del pueblo hicieron una
colecta y me vinieron con el encargo de liquidar al Eusebio, un chicarrón del pueblo de al lado que gustaba de levantarle las novias a los zoquetes
estos, y del cual querían librarse de una vez por todas. Me negué en redondo;
porque una cosa es ser un asesino a sueldo, y otra muy distinta es meterme en terreno de los demás. El pueblo de al lado lo lleva el Benito, un compañero de profesión muy eficiente con el que no me apetece tener trifulcas (dicen que maneja la soga de estrangular como un "ninya" de esos). Y es que aunque se piense lo contrario, los asesinos tenemos nuestra ética como todo hijo de vecino.
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