Existe una lluvia que dice cosas y me despierta. Madrugo un día más queriendo tener la fuerza e ilusión de antaño, pero me falta la chispa que entonces encendía mis calderas y movía mis motores contra viento y marea. Apago la alarma porque me molesta, pero no le doy las gracias.
Hoy me cuesta dar el salto, me caigo de la cama a plomo como
un cadáver inerte relleno de piedras. Camino arrastrando las ganas de quedarme dormido y abro la mampara esperando que el agua caliente me insufle su fuego
en las venas,... pero ni por esas.
Ya no canto canciones de amor en la ducha, ni tomo el café a
toda prisa queriendo pisar cuanto antes el mundo, me freno. Me frena la poca
esperanza que tengo en el día que está por delante. Me apena la triste rutina
que me he construido yo solo, de alarmas, relojes, horarios y fines, de tareas
vanas, de cosas fútiles que se han convertido en un campo de juego sin alma,
con áreas marcadas y medidas fijas, con pautas dictadas por no sé qué causas,
el confort que dicen, o el temor de irse y mirar al borde de una vida nueva.
Valor, ¿dónde estás cuando más se requiere? En el fondo de
un pozo reseco, oculto de aquellos que cuando floreces te tachan de incierto.
Y así día a día nos vamos muriendo aquellos que cuando
pensamos vamos más allá de los diez mandamientos, de las cuatro esquinas y los
cuatro vientos; los que nunca seremos felices por haber pensado demasiado
tiempo.
Desolador... pero interesante! A veces es mejor no pensar tanto...
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