lunes, mayo 12, 2008

Mi vagón



Bajo una ventanilla que muestra el túnel a toda velocidad, veo a cuatro personas sentadas una junto a la otra afrontar su cotidiano viaje de vuelta a casa. Sentadas tan cerca y tan lejos a la vez, son un muestrario de vidas resumido en el trayecto de una estación. La primera es la señora de pelo teñido, con gran moño coronado con gafas de sol pasadas de moda, rondando la cincuentena y dormitando arropada por un chándal azul claro al que le faltan dos tallas, seguramente su esposo no la esté esperando en el salón. A su lado una joven dama, de pelo enmarañado, suelto y salvaje, que lee con interés un grueso libro de blanquecino lomo cuyo título se diluye como otras tantas cosas en la fugacidad de un rápido vistazo, parece interesada, pero no en su lectura, sino en el apuesto caballero que subió en la anterior estación y que no para de acicalar su tupé en el cristal de la portezuela. Junto a ella hay un señor de oscura tez, probablemente curtida por un duro trabajo a la intemperie, un trabajo que también será el culpable de que ahora cierre sus ojos de vuelta a casa mientras con cada vaivén está apunto de caer sobre el hombro de la última de la fila, una chica de treintaytantos que lee una novela policíaca, y que seguramente sueña con ser una famosa detective o una espía arrebatadora en un mundo de traiciones y secretos, cualquier cosa para huir del traqueteo del tren, del olor a humedad y humanidad hacinada, de la rutina pegajosa y cansina que nos acompaña incluso más allá de nuestra propia sombra. Y así, estación tras estación, el vagón se va vaciando hasta que me quedo sin nadie sobre quién seguir inventando historias, entonces me bajo y me voy andando a casa...mañana será otro día.

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