Recogiendo el tridente ensangrentado miró a la grada. El dedo del dictador apuntó al suelo y su rostro indolente borró toda sombra de duda. El esclavo alzó su mano en ademán de agradecimiento, inclinó el brazo hacia atrás y descargó con toda su furia el arma hacia el cruel monarca. Si le llega a dar, lo mata.
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