Sus ramas filtran el rojo atardecer desde tiempo inmemorable. Sus hojas acompañan cada año a las aves a su paso. Corteza dura como la roca labrada por el viento implacable protege su tronco de la intemperie y los elementos enfurecidos. El árbol no sufre, pero vigila el sufrimiento del hombre y cuando nadie lo mira, llora por él con lágrimas que se solidifican en ámbar cristalino.
Fotografía: Mariano Ibáñez
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