martes, mayo 12, 2015

A Marte siempre

La órbita de la cápsula era la adecuada. Todos los preparativos estaban listos y los ajustes se habían llevado a cabo a la perfección. Raúl posó su pie sobre la superficie del planeta rojo, dió dos pasos e hizo la señal pertinente siguiendo el protocolo establecido. Todos lo celebraron. Tras el júbilo inicial y las fotografías conmemorativas, Raúl se alejó de la cápsula. Allí en esa relativa y enorme soledad, sacó de su bolsa una urna de metal, y un recuerdo acudió a su mente.
Había paseado con ella por todas las playas de la Tierra, por riscos y colinas, y no halló el lugar. La urna contenía las cenizas de su amada, quién dejo esta vida de forma prematura e inesperada, rompiendo su alma en mil pedazos rotos a su vez en otros mil.
Contempló la orilla y pensó esparcirlas junto al oleaje y a las gaviotas, junto a la blanca arena que tanto disfrutaron juntos, ahora cubierta de negro alquitrán y bolsas de basura...no, no era lugar para reposar ahora.
Junto a la montaña que tanto ella amaba, en aquel rincón que solían visitar juntos para contemplar el amanecer, decidió dar descanso a sus restos al fin, pero algo no le convenció. A pocos metros asomaban las lenguas de un vertedero ilegal, toneladas de basura y restos que se incendiaban puntualmente y cuyo olor inundaba la zona. Ella no se merecía descansar ahí.
Jardines y plazas, huertos y acantilados, bosques y riachuelos, nada estaba al nivel de lo que ella merecía. Un día más, las cenizas descansaron sobre el estante del salón. Aquella noche vió el anuncio: Misión a Marte.

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