jueves, agosto 13, 2015

Juan Mornay

Llegamos a casa rondando las diez. A lo lejos ladraban como desesperados un montón de perros, y el vecino de al lado tenía la tele a toda pastilla. Una noche como otra cualquiera, pensé.
Cuando salí de la ducha los perros se habían callado, y el vecino había quitado la tele, cosa que jamás había tenido lugar antes de las doce,...me temía que no iba a ser una noche más.
Al acercarme al dormitorio a buscar el pijama me di cuenta de otra cosa que no cuadraba: yo no había llegado a casa solo, recordaba tenuemente que subí hasta el rellano con alguien, que le invité a entrar y que charlábamos sobre vanalidades, pero tampoco recordaba con quién había hecho todo eso...¿qué estaba pasando?
La cena estaba fría, pero no la había preparado yo, sin embargo era justo lo que me apetecía y había pensado comer esa noche...estaba empezando a perder los nervios.
Al irme a la cama me di cuenta de que aquellas sábanas no eran las mías, miré alrededor y no reconocía lo que me rodeaba, los cuadros, los muebles, ¿dónde estaba? Caí rendido a los cinco minutos.
Esta mañana al despertar todo estaba de nuevo en sus sitio. Era mi casa, eran mis sábanas, era mi cuarto, los restos de la cena que yo mismo había preparado, estaba todo en sus sitio de nuevo.
-Buenos días, Juan - me saludó el vecino al salir- anoche hubo otra vez fiesta, ¿eh?
Me fuí durante el camino al trabajo dándole vueltas a todo aquello, la única conclusión a la que fuí capaz de llegar es que necesito vacaciones.

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