Llegaron los ángeles y sonaron las trompetas, el cielo se
abrió y de él descendieron los cuatro jinetes del Apocalipsis montados en
temibles corceles y envueltos en fulgurantes llamas. Los siete sellos fueron
abiertos liberando las siete plagas que recorrieron la tierra castigando a los pecadores. Se derrumbaron los muros y resucitaron los muertos como fue profetizado,
para ser juzgados por la gracia del Creador. La guerra, el hambre, las
enfermedades, todas inundaron el mundo para mayor gloria del Señor y de su
palabra. Todo quedó en silencio, sin vida y sin luz, como corresponde a todo
buen Juicio Final que se precie. Solo sobrevivieron los ateos, que quedaron bastante asombrados con el espectáculo.
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