jueves, junio 18, 2009

El olor de la sangre


Buenas, me llamo Saúl y soy un vampiro. Antes no lo era, no nací así, y tampoco podría decir cuando empecé a serlo, pero la realidad es que hoy por hoy solo puedo alimentarme de sangre humana (aunque en caso de necesidad he llegado a recurrir a algún otro animal).

De cómo llegué a ser lo que soy recuerdo muy poco: rumores de una pandemia, pánico en la población, gente que moría, cadáveres que volvían a la vida, mutantes…supongo que lo mío fue una mutación, o algo así…Toda mi vida había dependido de la insulina, mi condición de diabético me llevaba a depender de una sustancia que debía inyectarme cada cierto tiempo para que mi cuerpo funcionase correctamente, ahora esa sustancia ha sido sustituida por otra menos fácil de conseguir: la sangre.

Al principio fueron pequeños síntomas que no suponían demasiada alarma: inapetencia, mareos esporádicos, ligera fotofobia,…los cuales fueron derivando en otros más graves: rechazo de alimentos sólidos, vómitos repentinos, erupciones cutáneas frente a la exposición solar, ligero hiper desarrollo dental (principalmente en encías y colmillos).

Hasta que pasadas unas dos semanas empiezas a ver que necesitas beber sangre de tus semejantes,…no me pregunten como llegué a esa conclusión, no lo se. Lo único que se es que me pierdo por un buen cuello, es una mezcla rara, entre hambre, lujuria y desesperación, y aún más sabiendo que en el fondo y pese a que lo necesito para seguir vivo, es algo deleznable.

Al principio conseguir sangre no era demasiado difícil, siempre podías encontrar alguna víctima agazapada, sorprender a alguien que intentaba conseguir víveres en algún súper abandonado, pero hoy por hoy las cosas han empeorado. Aparte de tener que disputarte con otros vampiros y licántropos las pocas víctimas que quedan en la ciudad, están los zombis, esos no distinguen vampiros de humanos normales, te huelen, te siguen, te rodean, y su sangre es tóxica para nosotros…Así que después de un tiempo de penurias, bebiendo sangre de ratas e incluso atacando a otros vampiros, me eché al monte.

Sabía que existían grupos aislados de supervivientes que se habían marchado al campo huyendo de los zombis y de nosotros. Era mi única esperanza de sobrevivir, encontrar alguno de estos grupos y tratar de separar a uno de sus miembros de la seguridad de su escondrijo y de sus camaradas…

La segunda noche localicé un camping a pocos kilómetros de la carretera. En principio pensé que había dado con mi propia despensa particular, pero nada más lejos de la realidad. Los tipos se habían atrincherado reforzando el perímetro con trampas, alambradas y fosos.

Contaban con dos puestos elevados, una especie de torres de vigilancia improvisadas donde normalmente había apostado algún tirador bastante hábil. Estaban organizados y siempre se movían en parejas, era casi imposible separar a alguno de los demás, y lo peor de todo: estaban continuamente en alerta.

Vi caer a cientos de zombis bajos su fuego, usaban cócteles Molotov, granadas de mano, escopetas recortadas, rifles de precisión, incluso vehículos modificados para arrollar a las hordas de muertos vivientes. Se podría decir que la situación les había convertido en cazadores profesionales de zombis.

Pero con los vampiros es distinto. Nosotros no somos lentos, no somos torpes, no nos dejamos ver a kilómetros, nosotros pensamos, estamos dotados de fuerza y agilidad sobrehumanas, inspiramos miedo con nuestra mirada, no pueden matarnos de un disparo. Por eso nos temen, por eso evitan la noche, por eso cuelgan ajos en sus cuellos (aunque en realidad eso no nos afecta), cargan sus armas con balas recubiertas de plata (que también nos da igual) y se arman con estacas y mazos.

Les he observado, he vigilado sus movimientos y sus costumbres. Conozco sus nombres, sus hábitos, sus debilidades…y creo que esta noche, después de dos semanas, por fin cenaré caliente...

No hay comentarios:

Publicar un comentario